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28 de septiembre de 2018

REDES SOCIALES, PERIODISMO, VERDAD y POSVERDAD


La verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.

Alcanzar la auténtica verdad: un ideal. Aproximarse lo más posible a ella, hasta casi tocarla, la mejor tarea del auténtico periodista. La verdad: la piedra angular del periodismo.

Verdad, del latín veritas, era la concordancia de las palabras con la verdad; del griego “ἀλήθεια” (aletheia) expresaba lo que no está oculto y es patente, evidente, manifiesto; en árabe el verbo “sadaqa” (“صدق ) significa ser “verídico”, “decir la verdad”. En hebreo, la palabra es emet, y  significa firme, sólido, inquebrantable.

Para los periodistas la palabra verdad significa fidelidad a los hechos sobre los que se informa. El código internacional de la UNESCO de ética periodística dice: “La tarea primordial del periodista es la de servir el derecho a una información verídica y auténtica por la adhesión honesta a la realidad objetiva, situando conscientemente los hechos en su contexto adecuado”.

Por su parte, el código de la Federación de las Asociaciones de la Prensa de España (FAPE) señala: “el compromiso con la búsqueda de la verdad llevará siempre al periodista a informar sólo sobre hechos de los cuales conoce su origen, sin falsificar documentos ni omitir informaciones esenciales, así como a no publicar material informativo falso, engañoso o deformado”.

Pero, ¿Qué pasa actualmente?. Hoy, las redes sociales y la desvalorización de la profesión periodística, han desfigurado el concepto verdad. Las primeras son un terrible maremágnum donde las fake news (noticias falseadas) campan a sus anchas; respecto a la segunda, las empresas de la prensa, ante la crisis económica que padece el sector, algunas, o quizá no pocas, eligen el sensacionalismo –para vender más- o la ocultación o distorsión de la verdad con fines crematísticos patrocinados. Es la posverdad, la mentira emotiva.

Así, Noam Chomsky escribe: “La desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos. Si no confías en nadie, por qué tienes que confiar en los hechos.”

En nuestro país, por ejemplo, la caída del ex comisario Villarejo ha revelado la existencia de una sofisticada organización en la que se fabricaban falsas pruebas contra políticos, empresarios o partidos políticos. Falsas pruebas que se convertirían en falsas verdades.

Aunque históricamente siempre han surgido rumores interesados o falsos, parece que en el presente siglo su práctica se ha intensificado y perfeccionado. En 2008 se publicaron los resultados de un estudio que analizó las afirmaciones que George W. Bush y los más altos funcionarios de su administración realizaron a lo largo de dos años a partir del 11 de septiembre de 2001, en relación con la amenaza que representaba Irak para la seguridad nacional. Se hallaron 935 declaraciones con información falsa, propagadas por los principales medios de comunicación masiva, que en su momento afirmaban haber realizado una validación independiente de la información. ​

Más reciente, Donald Trump utiliza reiteradamente la expresión fake news como respuesta a todas las críticas a su gestión, desprestigiando a los medios de prensa tradicionales, una actitud copiada por diversos líderes mundiales, que encontraron que la deslegitimación de los medios de prensa o las instituciones que informan sobre hechos que les son adversos, es un recurso inmediato y, al parecer, efectivo para acallar las críticas.

Otros ejemplos: las redes sociales fueron el medio para la propagación de información distorsionada en relación con el plebiscito de Colombia, el referéndum Cataluña y el Brexit. ​ Y en julio de 2018 se publicó un informe emitido por un comité de expertos bajo la órbita de la Cámara de los Comunes del Reino Unido, en el que se registraban campañas de análisis de audiencias objetivos de desinformación o manipulación de la opinión pública que a partir de 2013 habrían tenido relación en mayor o menos grado con los procesos electivos o de referéndum de Kenia, Ghana, México, Brasil, Australia, Tailandia, Malasia, Indonesia, India, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Alemania, Inglaterra, Eslovaquia, Perú, Francia, Italia, Guyana y Argentina, entre otros.​

Los jóvenes y adolescentes, en su inmensa mayoría, se informan por la redes sociales, y también no pocos adultos. Es un gran peligro. En las redes no hay filtros, por lo que las falsedades más gigantescas pueden pasar por ciertas. Aquí, justo aquí, es dónde el periodista debe reivindicar su papel de mediador cualificado: es el que, en nombre de la sociedad, se encarga de verificar escrupulosamente todos y cada uno de los aspectos de las informaciones, explica su contexto o comprueba las fuentes. No podemos esperar que toda la ciudadanía tenga un elevado espíritu crítico o un amplio conocimiento de todos los temas, pero sí de los periodistas, que deben ser sus mejores informadores.

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