Ahora muchos dicen que las encuestas se equivocan, a tenor de lo acontecido en los recientes
comicios del Reino Unido.
A pesar de que no ser un defensor a ultranza de aquellas, se
debe aportar algún argumento que avale su relativa fiabilidad. Daremos tres.
En primer lugar, toda encuesta reconoce un margen de error (por ejemplo, +/- 3%),
lo que ya nos da una idea de que las cifras ofrecidas bien pudieran tener una
oscilación de ese calibre. Cuanto más pequeña sea, mayor margen de error.
En segundo lugar, hay que considerar el tamaño de los que
responden “no saben”, “no contestan”
o no han decidido su voto. En el mencionado caso inglés, así como en la última
encuesta del CIS, el porcentaje de
ese grupo era del 35% al 40%. A la hora de la verdad, cuando todos o la mayoría
de ese colectivo deposite su papeleta en la urna, la distribución de su voto será capital para mover significativamente
los resultados definitivos. Si de ese 35-40% aludido, la mitad, por ejemplo, se
decantase por una sola opción política, el mapa de resultados daría un vuelco.
Por el contrario, se la distribución fuera uniforme, apenas tendría incidencia.
En tercer lugar, y como es asunto ya sabido, la encuesta
refleja la opinión del electorado en un momento
determinado. Y éste, como escribía hace poco Paul Krugman, “tiene corta memoria”, es decir, son muy
influenciables por los acontecimientos inmediatamente anteriores a la fecha de
la encuesta. De modo que hechos posteriores relativos a los partidos incluidos
en el sondeo podrían arrojar resultados bastante distintos.
La demoscopia, el
estudio de las opiniones, aficiones y comportamiento humanos mediante sondeos
de opinión (del griego demos=pueblo y scopeia = ver) no es una ciencia
exacta, pero es bastante científica. Y la Ciencia, aun no siendo verdad
absoluta, lo que hace es aproximarse mucho, a veces muchísimo, a ella.
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