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3 de mayo de 2015

MEDIOCRIDAD

Quizá tenga razón Félix de Azúa cuando dice que España es un país "confictivo, antípatico,  agresivo, y, sobre todo, maleducado". A Raymond Carr, por su parte, le parecía enigmático y fascinante que un imperio hubiera llegado a la situación de pobreza y degeneración política, económica y cultural de la posguerra civil.

Acaso ambas opiniones estén, de algún modo, relacionadas. Es un tópico decir que el pecado capital español es la envidia. No soportamos que el vecino sobresalga sobre nosotros, y esa actitud promueve la mediocridad. Lo malo es que, en muchos casos, es precisamente esa mediocridad la que dirija la política y la empresa.

Resultado de imagen de severo ochoaEspaña es uno de los países europeos con más horas trabajadas al año, y no por ello es de los más productivos. Esto también conecta con la antes mencionada mediocridad: concretamente con la de la educación y su penoso estrambote, el abandono escolar. Sigue imperando la promoción de la lealtad perruna, y no la excelencia. Sigue en nosotros prevaleciendo el individualismo egoista, y no el espíritu cooperativo.

La mediocridad es la norma. ¿Cuantos premios Nobel -instituidos en 1895, hace la friolera de 119 años, posee España? Ocho, seis de literatura. Dos son de ciencias: Ramón y Cajal y Severo Ochoa.
¿Cuantos premios Nobel de ciencia desde 1959? Ninguno. ¿Cuantas Universidades españolas han producido algún premio Nobel de ciencia? Dos: la Complutense (Severo Ochoa) y la de Zaragoza (Ramón y Cajal).

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