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26 de julio de 2018

LIBIA: PROBLEMA, VERGÜENZA, PETRÓLEO.



Resultado de imagen de libyaNo  tan  lejos de España, Libia fue, desde 1969, el país de Muamar Muhamad Abu-minyar El Gadafi. Hasta su caída éramos su tercer socio comercial, le vendimos material militar y constituía uno de nuestros principales abastecedores de petróleo y gas. Se recordará que en el año 2007 El Gadafi realizó una visita a nuestro país, en parte privada, en parte oficial, siendo recibido en la Moncloa por el entonces presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.

Pero en febrero de 2011 comenzó el proceso de descomposición del país africano, un estado cuya principal riqueza era y son sus vastos yacimientos petroleros. Tras el derrocamiento de El Gadafi los conflictos entre fuerzas islamistas y seculares, tribus, etnias e injerencias exteriores han conducido a un estado fallido con tres Gobiernos antagónicos, en un ambiente de caos generalizado.

El efecto contagio de las revoluciones en Túnez y Egipto se trasladó rápidamente a Libia y de un modo más violento, adquiriendo el carácter de guerra civil. La capacidad de El Gadafi para mantener a raya rivalidades regionales, locales o tribales fue socavada en cuanto los rebeldes se hicieron con la Cirenaica y su capital, Bengasi; el ejército libio nunca fue muy grande ni muy poderoso y, repentinamente, había perdido la zona oriental del país. Unas fortalecidas fuerzas armadas oficialistas contraatacaron y pusieron sitio a la capital de los rebeldes. Pero los aviones de la OTAN  (19 de marzo de 2011) llegaron para apoyar a éstos y un Gadafi huido y avejentado terminaría linchado por la multitud (octubre).

A continuación, fue creado el Consejo Nacional de Transición (CNT), que aglutinaba facciones bastante heterogéneas entre sí, pero que compartían la oposición al omnipotente coronel beduino. El 7 de julio de 2012 tuvieron lugar las primeras elecciones democráticas tras 43 años de dictadura militar.

Los resultados de esos comicios dieron forma a la polarización entre dos grupos: los islamitas liberales de la Alianza de Fuerzas Nacionales (AFN); también llamados “seculares”), que era el partido favorito de Occidente; y el Partido Justicia y Construcción (PJC), sucursal de los Hermanos Musulmanes en Libia que, sumado a representantes independientes aliados, forjaron una mayoría. Todo se complicó más con la creación de una Cámara de Diputados proveniente de la elecciones de 2014, que con sólo un 18% de participación, fueron boicoteadas por el PJC.

Así pues, los Hermanos Musulmanes no aceptaron la creación de este organismo paralelo, terminando por invadir Trípoli. La lucha contra estos últimos (que se denominó Operación Dignidad) estuvo liderada por el militar exiliado en EE.UU. y antaño fiel colaborador de El Gadafi, Jalifa Belqasim Haftar, apoyado por la CIA, contando con el respaldo de la mayoría de las fuerzas armadas. Había, pues, dos gobiernos libios: el de los diputados de la AFN, reagrupados en Tobruk; y el del Congreso original, bajo control del PJC.

La violencia, alimentada además por las ya citadas divisiones tribales, terminaría en una nueva guerra abierta. Y para colmo, surgiría un nuevo grupo en la pugna por el poder: los muyahidines del Ansar alSharia (AAS), un grupo de milicias islamistas salafistas que abogaban por la implementación de la estricta ley de la Sharia en toda Libia. Asimismo, el conflicto que tenía lugar en la región suroeste del país entre las tribus tubu y tuareg ha venido siendo utilizado por ambos bandos en su propio beneficio: el Gobierno tripolitano ha financiado y armado a los tubus y las fuerzas de Haftar, a los tuaregs.

El 17 de diciembre de 2015, se firmó en Sjirat (Marruecos) un acuerdo para formar un Gobierno unificado y provisional,  formándose el Consejo Presidencial,  un órgano colegiado de nueve miembros, y un  Gobierno de Acuerdo Nacional, provisional de diecisiete, que debía estar vigente hasta la celebración de nuevas elecciones en un plazo de dos o tres años. Este plan de paz y unidad no llegó a materializarse por divisiones internas, mientras en el plano militar se lanzaron importantes ofensivas por parte de todos los bandos para derrotar al Estado Islámico, contando también con el apoyo de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Sirte, bastión en la zona del ISIS,  cayó en diciembre de 2016, si bien los terroristas seguirían presentes en las incontrolables regiones del desierto y a través de células durmientes.

En 2017 prosiguieron las numerosas luchas entre diversas facciones, muchas veces con el objetivo de hacerse con el control de los pozos y puertos petrolíferos.

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Ya desde  2016,  Libia  era  considerada  internacionalmente  como  un Estado fallido. En la actualidad  tiene  tres  gobiernos simultáneos. El  primero  es  el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), con sede en Trípoli dirigido por Fayez Al Serraj y mediado por Naciones Unidas. El GNA debía ser respaldado por la Cámara   de    Representantes  de  Tobruk,   pero  ésta   ha  rechazado su composición en dos ocasiones.

El segundo es el Gobierno de Salvación Nacional del ingeniero Jalifa Al-Ghawill, una escisión del Congreso Nacional General (GNC), el resucitado Parlamento libio originalmente elegido en 2012. Este gobierno también tiene su sede en Trípoli, pero ya no controla ninguna institución relevante y su influencia es menguante.

El tercero, en Tobruk, al este del país,  ha sido reconocido por la comunidad internacional tras las elecciones de 2014. Lo lidera el general Haftar con la aquiescencia de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos.

Desde el 2011, las exportaciones de petróleo se han reducido de 1,6 millones a 250.000 barriles diarios, y El FMI estima que, en la trayectoria actual, Libia agotará sus finanzas en 2019. El principal problema es que el control de los campos y terminales petroleras está pasando constantemente de un grupo a otro. Asimismo, algunos analistas de seguridad describen el país como un “bazar de armas”: está repleto de ellas, provenientes del arsenal de El Gadafi, lo que resulta ideal para los yihadistas que huyen de los bombardeos en Siria e Irak.

El pasado mes de mayo el presidente francés Emmanuel Macron tomó la iniciativa de citar en Paris a los dos principales líderes libios, Al Serraj y Haftar para intentar poner fin a la inestabilidad Libia en base a la celebración de elecciones legislativas y presidenciales el próximo 10 de diciembre y la unificación de las instituciones económicas y de seguridad bajo la autoridad civil. Pero Haftar, ahora el hombre fuerte de Libia al controlar tanto las principales infraestructuras petroleras como la mayor fuerza militar que opera en el país,  no contempla una opción distinta al uso de la fuerza para destruir el “islam político” y sus milicias, por lo que el espacio para una negociación real con Trípoli es bastante limitado. A esta primacía de poder en la esfera interna ha de sumarse el apoyo que le brinda de manera encubierta, Rusia.
 

 General Jalifa Haftar


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Fayed Al Serraj

Lo cierto es que, en Europa, se está produciendo un efecto bumerán: una ingente cantidad de refugiados e inmigrantes se desplaza hacia los países europeos a causa de conflictos como el originado en Libia. “Si la Unión Europea sigue delegando sus fronteras en países fallidos, lo siguiente será la esclavitud y el fin de Europa” escribe la periodista italiana Loretta Napoleoni.

Y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) certificaba en un comunicado la existencia de compraventa de migrantes negros. Esta Organización afirma que en Níger se venden migrantes como esclavos en plazas o en garajes de muchas ciudades y refiere que se pagan entre 200 y 500 dólares por cada una de estas personas. La cruel realidad es que hoy comercian con seres humanos, desde el desierto a la costa libia, organizaciones criminales, grupos armados y diferentes redes de contrabandistas que extorsionan, torturan, violan y matan a los migrantes que quieren llegar a Europa.

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