Fue, hace poco más de cuatro siglos, en 1580, que Sebastián de
Covarrubias (1539-1613) dio a la imprenta el primer Diccionario monolingüe
en castellano, después de varios años de trabajo (Tesoro de la lengua castellana o
española ). Pretendía ser un
diccionario etimológico, pero lo cierto es que le salió, valga la expresión,
otra cosa, sin embargo sumamente valiosa: un extenso conjunto de datos de interés biográfico, anecdótico,
costumbrista, gastronómico y pensamientos, más que informaciones estrictamente
lexicográficas. De la primera edición se imprimieron mil ejemplares.
Así, según el lingüista Juan
Miguel Lope Blanch “en el Tesoro se
suma la consideración del origen lingüístico de la palabra al estudio
enciclopédico de su historia y de la historia de lo designado por ella”, a
diferencia de lo que sucede en la lexicografía moderna, que considera que el diccionario debe recoger únicamente
informaciones lingüísticas.
Por su parte, el filólogo y lingüista Manuel Seco Reymundo no duda en declarar la obra como “el primer diccionario monolingüe extenso, no solo de España, sino
de Europa”. Afirma que Covarrubias fue un auténtico lexicógrafo, y sostiene
que lo que da valor a su libro no sería
su base científica etimológica, sino “constituir la colección más extensa
hasta ese momento de etimologías de la lengua española (...) y versa sobre la
lengua en general y define una cantidad importante de palabras”, concretamente
16.929, según Martín de Riquer.
Desde el siglo XV
comienzan a imprimirse en Europa diccionarios, con frecuencia bilingües e
incluso trilingües, en los que se combinan el latín y las lenguas vulgares. En
este contexto podemos ubicar la aparición en 1492 del famoso Dictionarium
latino-hispanicum de Antonio de
Nebrija.
Posterior al Tesoro de Covarrubias, en 1606, se
publica Del origen y principio de la Lengua Castellana, de Bernardo de Aldrete con un claro
propósito: demostrar que el castellano deriva directamente del latín, afirmando
que la condición de lengua común a todo el Imperio Romano, hizo que el latín
fuera recibiendo vocablos procedentes de las diferentes provincias hasta el
punto de que nacieron las lenguas romances.
Del mismo año dataría el “Origen y etymología de todos los vocablos originales de la lengua
castellana”, manuscrito del médico cordobés Francisco del Rosal, que alberga en su interior una cédula original
de Felipe III dada en 1601 para que pueda imprimirse esta
obra (no obstante, no llegó a publicarse). Este sería el primer diccionario etimológico español digno de tal nombre.
Posteriormente, todavía en el siglo XVII, probablemente después
de 1615, anotamos un manuscrito “Tesoro de la Lengua Castellana abreviado”,
de autoría anónima, y que es considerado, en buena parte, plagiario del de
Covarrubias. Consta de 3095 vocablos
—texto narrado—, clasificados en 76 núcleos temáticos (profesiones, artes y
ciencias, etcétera).
Mención aparte merecería Francisco
Sánchez de las Brozas, apodado El
Brocense por haber nacido en Brozas (Cáceres), al que son atribuidas las “Etimologías Españolas” (hacia 1580), que
recoge 1200 voces, si bien es recordado sobre todo por su “Minerva sive de causis linguae latinae”,
una gramática del latín y por ser procesado hasta en tres ocasiones por la Inquisición. Según Francisco Javier Perea Siller (profesor
de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Códoba) “Existió una producción lexicográfica de Francisco Sánchez de
las Brozas, cuyo conocimiento reviste enorme complejidad: parece probado que su
obra lexicográfica no se redujo a las Etimologías
Españolas que se conservan en la Biblioteca de El Escorial, sino que
escribió otros documentos nombrados por él mismo en sus cartas, en las Paradoxa
y la Minerva, y que se relacionan entre los papeles confiscados por la
Inquisición”.
El “Tesoro de la
lengua castellana en que se añaden muchos vocablos, etimologías y advertencias
sobre el que escribió el doctíssimo don Sebastián de Covarrubias”, en fin, fue
obra de Juan Francisco de Ayala Manrique,
Provisor y Vicario General de la diócesis de Segorbe (Valencia) cuyo tomo
primero se publicó en 1693.
Breve
bibliografía de otras obras anteriores a 1600 útiles para la lexicografía del
castellano en sus orígenes.
*1490: Fernández de
Palencia, Alonso, Universal vocabulario en latín y en romance, Paulus de
Colonia Alemanus cum suis sociis, Sevilla, 1490.
*1492: Nebrija, Elio Antonio
de, Lexicon hoc est dictionarium ex sermone latino in hispaniensem, s. i.,
Salamanca, 1492.
*S. XV: Anónimo, Vocablos
castellanos, manuscrito 73 (12-7-2) de la colección Salazar y Castro de la Real
Academia de la Historia, Madrid.
*1551: Anónimo, Vocabulario
de quatro lenguas, tudesco, francés, latino y español, muy prouechoso para los
que quisieren aprender estas lenguas, Bartolomé Gravio, Lovaina,1551.
*1570: Casas, Cristóbal de
las, Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, Alonso Escriuano,
Sevilla, 1570.
*1582: López de Velasco,
Juan, Orthographía y pronunciación castellana, s. i., Burgos, 1582.
*1587: Sánchez de la Ballesta,
Alonso, Dictionario de vocablos castellanos, aplicados a la propriedad latina
[...], luan y Andrés Renaut, Salamanca, 1587.
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