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7 de octubre de 2016

NUESTRO PRIMER DICCIONARIO (Y SIGUIENTES)

Fue, hace poco más de cuatro siglos, en 1580, que Sebastián de Covarrubias (1539-1613) dio a la imprenta el primer Diccionario monolingüe en castellano, después de varios años de trabajo (Tesoro de la lengua castellana o española ).  Pretendía ser un diccionario etimológico, pero lo cierto es que le salió, valga la expresión, otra cosa, sin embargo sumamente valiosa: un extenso conjunto de datos de interés biográfico, anecdótico, costumbrista, gastronómico y pensamientos, más que informaciones estrictamente lexicográficas. De la primera edición se imprimieron mil ejemplares.

Así, según el lingüista Juan Miguel Lope Blanch “en el Tesoro se suma la consideración del origen lingüístico de la palabra al estudio enciclopédico de su historia y de la historia de lo designado por ella”, a diferencia de lo que sucede en la lexicografía moderna, que considera que el diccionario debe recoger únicamente informaciones lingüísticas.

Por su parte, el filólogo y lingüista Manuel Seco Reymundo no duda en declarar la obra como “el primer diccionario  monolingüe extenso, no solo de España, sino de Europa”. Afirma que Covarrubias fue un auténtico lexicógrafo, y sostiene que lo que da valor a su libro no sería su base científica etimológica, sino “constituir la colección más extensa hasta ese momento de etimologías de la lengua española (...) y versa sobre la lengua en general y define una cantidad importante de palabras”, concretamente 16.929, según Martín de Riquer.

Desde el siglo XV comienzan a imprimirse en Europa diccionarios, con frecuencia bilingües e incluso trilingües, en los que se combinan el latín y las lenguas vulgares. En este contexto podemos ubicar la aparición en 1492 del famoso Dictionarium latino-hispanicum de Antonio de Nebrija.

Posterior al Tesoro de Covarrubias, en 1606, se publica Del origen y principio de la Lengua Castellana, de Bernardo de Aldrete con un claro propósito: demostrar que el castellano deriva directamente del latín, afirmando que la condición de lengua común a todo el Imperio Romano, hizo que el latín fuera recibiendo vocablos procedentes de las diferentes provincias hasta el punto de que nacieron las lenguas romances.

Del mismo año dataría el “Origen y etymología de todos los vocablos originales de la lengua castellana”, manuscrito del médico cordobés Francisco del Rosal, que alberga en su interior una cédula original de Felipe III dada en 1601 para que pueda imprimirse esta obra (no obstante, no llegó a publicarse). Este sería el primer diccionario etimológico español digno de tal nombre.

Posteriormente, todavía en el siglo XVII, probablemente  después de 1615, anotamos un manuscrito “Tesoro de la Lengua Castellana abreviado”, de autoría anónima, y que es considerado, en buena parte, plagiario del de Covarrubias. Consta de 3095 vocablos —texto narrado—, clasificados en 76 núcleos temáticos (profesiones, artes y ciencias, etcétera).

Mención aparte merecería Francisco Sánchez de las Brozas, apodado El Brocense por haber nacido en Brozas (Cáceres), al que son atribuidas las “Etimologías Españolas” (hacia 1580), que recoge 1200 voces, si bien  es recordado sobre todo por su “Minerva sive de causis linguae latinae”, una gramática del latín y por ser procesado hasta en tres ocasiones por la Inquisición.  Según  Francisco Javier Perea Siller (profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Códoba) “Existió una producción lexicográfica de Francisco Sánchez de las Brozas, cuyo conocimiento reviste enorme complejidad: parece probado que su obra lexicográfica no se redujo a las Etimologías Españolas que se conservan en la Biblioteca de El Escorial, sino que escribió otros documentos nombrados por él mismo en sus cartas, en las Paradoxa y la Minerva, y que se relacionan entre los papeles confiscados por la Inquisición”.

El “Tesoro de la lengua castellana en que se añaden muchos vocablos, etimologías y advertencias sobre el que escribió el doctíssimo don Sebastián de Covarrubias”, en fin, fue obra de Juan Francisco de Ayala Manrique, Provisor y Vicario General de la diócesis de Segorbe (Valencia) cuyo tomo primero se publicó en 1693.




Breve bibliografía de otras obras anteriores a 1600 útiles para la lexicografía del castellano en sus orígenes.

*1490: Fernández de Palencia, Alonso, Universal vocabulario en latín y en romance, Paulus de Colonia Alemanus cum suis sociis, Sevilla, 1490.
*1492: Nebrija, Elio Antonio de, Lexicon hoc est dictionarium ex sermone latino in hispaniensem, s. i., Salamanca, 1492.
*S. XV: Anónimo, Vocablos castellanos, manuscrito 73 (12-7-2) de la colección Salazar y Castro de la Real Academia de la Historia, Madrid.
*1551: Anónimo, Vocabulario de quatro lenguas, tudesco, francés, latino y español, muy prouechoso para los que quisieren aprender estas lenguas, Bartolomé Gravio, Lovaina,1551.
*1570: Casas, Cristóbal de las, Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, Alonso Escriuano, Sevilla, 1570.
*1582: López de Velasco, Juan, Orthographía y pronunciación castellana, s. i., Burgos, 1582.

*1587: Sánchez de la Ballesta, Alonso, Dictionario de vocablos castellanos, aplicados a la propriedad latina [...], luan y Andrés Renaut, Salamanca, 1587.

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