Los historiadores consideran que el nacionalismo catalán constituyó una corriente
política surgida a partir del denominado catalanismo, movimiento cultural
nacido en la denominada Renaixença (cuyos orígenes se remontarían a comienzos del siglo XIX), y cuyo objetivo era la recuperación del uso de
la lengua catalana como lengua
literaria y de cultura.
Es interesante resaltar que el nacionalismo catalán tuvo
mucho que ver con el despegue industrial
y económico de Cataluña de finales de siglo XIX, sobre todo a raíz de la
repatriación de capitales que trajo el desastre
del 98. Entonces, la burguesía adoptó la costumbre aristocrática de escribir en castellano. La mayoría de la
literatura era de tema catalán pero escrita en la lengua de Cervantes.
Sin embargo, a finales de ese siglo, la lengua catalana comenzó a prestigiarse, y aunque los
algunos filólogos de lenguas románicas situaban la lengua catalana entre los dialectos del occitano, los estudios de
Milà y Fontanals, posteriormente,
situaron el catalán como lengua
independiente.
Ya en las postrimerías
del siglo XIX, nacen en Cataluña y el País Vasco movimientos que cuestionan
la existencia de una única nación
española. El punto de partida de los argumentos nacionalistas consiste en
afirmar que Cataluña y el País Vasco son naciones y que, por consecuencia,
tienen derecho al autogobierno. Esta afirmación la basan en la existencia de
unas realidades diferenciales:
lengua, derechos históricos (fueros),
cultura y costumbres propias.
Fue Enric Prat de la Riba el que fundó la Unió Catalanista en 1891, de ideología conservadora y católica. Contaba con
pocos militantes pero una amplia difusión
geográfica y popular por Cataluña. Emitía sellos y monedas alegóricas a la
“pàtria catalana”, y tenía una bandera y
un himno compuesto por Joan Maragall y Enric Morera. Al año siguiente, esta
organización aprobó las denominadas Bases de Manresa, programa en el que
se reclama el autogobierno y una división
de competencias entre el estado español y la autonomía catalana.
Aunque
marcadamente nacionalista, la Unió Catalanista no tuvo planteamientos separatistas: “Así, el nacionalismo
catalán, que nunca ha sido separatista, que siempre ha sentido la unión
fraternal de las nacionalidades ibéricas dentro de la organización federativa,
es aspiración levantada de un pueblo, que, con conciencia de su derecho y de su
fuerza, marcha con paso seguro por el camino de los grandes ideales progresivos de la humanidad” ( Enric Prat de la riba, “La nacionalidad catalana” 1906)
En 1901 nace la Lliga
Regionalista con Francesc Cambó
como principal dirigente y Prat de la Riba como ideólogo. También es un partido
conservador, católico y burgués con un
objetivo principal: la autonomía política para Cataluña dentro de España. La
Lliga nace alejada de cualquier
independentismo, y Cambó llegó a participar en el gobierno de Madrid, pese a no
conseguir ninguna reforma ante el cerrado
centralismo de los gobiernos de la Restauración.
El 5 de julio de 1917
todos los diputados y senadores de Cataluña -a excepción de los monárquicos- se
reunieron en el Ayuntamiento de Barcelona y aprobaron un documento que pedía “la plena autonomía de Cataluña” y la “transformación del
Estado basándose en un régimen de
autonomías que, adaptando su estructura a la realidad española, aumente su
cohesión orgánica y facilite el libre desenvolvimiento de sus energías
colectivas”. Reunido el Gobierno, contestó al día siguiente de forma
negativa, lo que elevó la tensión en la región catalana, siendo Barcelona ocupada militarmente el día 19, con la Guardia
Civil patrullando por las calles.
En enero de 1919
la Asamblea Catalana aprobó un
proyecto de Estatuto de Autonomía que fue refrendado por 1.046 ayuntamientos
catalanes (de un total de 1.072). Largo
Caballero, diputado socialista por Barcelona y Secretario General de UGT,
les apoyó sin ambages: “Somos un partido internacionalista, pero eso no quiere decir que no
reconozcamos las nacionalidades y regiones”.
La Dictadura de Primo
de Rivera llevó a cabo inmediatamente una política de constante persecución del catalanismo. Con ello,
durante este periodo, los nacionalismos, independientemente de su ideología, tendieron
a alinearse con fuerzas obreras.
Durante la II
República, mientras que Francesc Cambó y la Lliga apostaban por la
continuidad de la monarquía, el catalanismo de izquierdas participó en el Pacto
de San Sebastián, y en 1931 se agrupa en Esquerra Republicana de Cataluña, formada por la unión del Partit
Republicà Català, Estat Català y otros grupos menores. La hegemonía de Esquerra Republicana durante la II República llevó a
la aprobación en las Cortes del Estatuto de Autonomía de 1932 (conocido,
asimismo, como el Estatuto de Nuria),
que daba a Cataluña un gobierno y parlamento propio, así como determinadas
competencias, si bien las aspiraciones iniciales del proyecto de la Generalidad
fueron rebajadas (se pedía el derecho a la autodeterminación, modelo federal
del Estado, catalán como única lengua oficial).
Con el golpe militar y
la llegada del Régimen franquista en 1939, Cataluña vivió una época de represión de su lengua y cultura sin
precedentes, lo que explicará en gran medida la reacción de la sociedad en
las siguientes décadas. En especial desde 2006, año en el que los catalanes
refrendan un nuevo Estatut (con un
50,5% de abstención) que define a
Cataluña como nación.
En Septiembre de 2009, Arenys de Munt se convierte en el
primer municipio catalán en realizar una consulta
popular sobre la independencia. Tres años más tarde llega el momento clave
de la deriva soberanista: el Parlament de Cataluña aprueba la “Declaración de
Soberanía y el Derecho a Decidir del pueblo de Cataluña”, que el Tribunal Constitucional anuló en 2014.
Este mismo año la Cámara Catalana aprobaría la “Ley de Consultas” como instrumento para celebrar un referéndum
soberanista, que también suspendió el Tribunal Constitucional. A pesar de ello,
la consulta se efectúa el 9 de noviembre de 2014, con una baja participación (37%), en el que el sí a la independencia
representaba un 29,5% del censo total. Pese a todo, en marzo de 2015 CDC y ERC pactan una hoja de ruta que
plantea sin ambages una declaración
unilateral de independencia.
Los comicios autonómicos celebrados en septiembre de 2015 se plantean como un test para medir la fuerza del independentismo, creando los
separatistas a tal efecto la coalición electoral Junts pel sí, formada por
Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), Esquerra Republicana de Catalunya
(ERC), Demócratas de Cataluña y Moviment d'Esquerres.
El hecho es que se registra una derrota independentista en
votos pero no en escaños (las papeletas favorables a Junts pel sí supusieron un
39,54%, a las que habría que sumar las de la CUP, un 8,2%). Basándose en la victoria en escaños, el presidente
catalán Carles Puigdemont convoca
para el 1 de octubre de este año una
votación con la pregunta: “¿Quiere que Cataluña sea un estado independiente en
forma de república?”.
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