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18 de enero de 2012

EL REPARTO DEL PASTEL

Más de dos siglos hace que Jean-Jacques Rousseau escribió un libro titulado «Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres y si la ley natural la justifica» (1754) . El filósofo suizo dejó apuntado que la desigualdad social y política no es natural, no deriva de la voluntad divina, ni tampoco es una consecuencia de la desigualdad natural entre los hombres, siendo más bien de la opinión de que la ciencia, el arte y las instituciones sociales han sido las que han corrompido a la humanidad.

La expresión popular lo dice: “¡Que mal repartido está el mundo!”. Lo que a lo peor no saben, o no se imaginan, es cuánto. Veamos algunos datos.

El 2% de los adultos más ricos en el mundo posee más de la mitad de la riqueza global de los hogares, de acuerdo a un estudio publicado en 2.006 por el Instituto Mundial para la Investigación de Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas. Este trabajo era el primero en su tipo en considerar todos los países del planeta y los principales componentes de la riqueza del hogar, incluyendo activos y pasivos financieros, tierra, edificios y otras propiedades tangibles. Por su parte, la O.N.U. estima que en el mundo viven 1.400 millones de personas en niveles de pobreza, lo que en términos de ingresos significa que subsisten con menos de un dólar al día

En España, el 10% más rico de la población posee el 70% de la riqueza, hallándose también el 10% de la misma por debajo de la línea de pobreza. Con datos de 2009, el 63% de rentas pagadas por rendimientos del trabajo, desempleo y pensiones o declaradas por actividades económicas eran inferiores a 1.100 euros mensuales brutos (correspondían, pues, a los popularmente conocidos como “mileuristas”). Por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadística de ese mismo año, la “brecha salarial” entre los empleados de dirección o gerencia y los trabajadores no cualificados, representaba el 514%, es decir casi 6 veces más. Y también encontramos que perciben más de 60.000€ al año un club selecto de asalariados que supone sólo el 1,83% del total. Y eso sin hablar de los super ricos, que habitualmente no son asalariados, y que según el informe World Wealth Report, que desde hace 15 años elabora Merrill Lynch, el número de millonarios repartidos por el mundo se eleva, en la actualidad, a 10.9 millones de personas (el 0,15% del total ).

De modo que estos son los datos. Son cifras reales, proceden de fuentes fiables, están comprobados. Son una evidencia. Son las pruebas. Se saben. Se publican.
Históricamente, los derechos concedidos a los ciudadanos se graduaban con arreglo a su fortuna, y con ello se observa la tendencia del Estado en favorecer a los estratos más pudientes; así sucedía ya en Atenas y en Roma, donde la clasificación ciudadana era por la cuantía de los bienes. Lo mismo pasó en el Estado feudal de la Edad Media, donde el poder político se distribuyó según la propiedad territorial. Y también así se comprueba en el censo electoral de los modernos estados representativos del siglo XIX.

En el sociedades democráticas actuales ya no se reconocen los derechos políticos según las diferencias económicas, pero han surgido otras formas de control: la corrupción, el sobreendeudamiento del Estado –lo que, como vemos actualmente, posibilita su sometimiento a los mercados financieros-, la ausencia de una renta básica universal, la amenaza latente del desempleo, cierta enseñanza, los medios de comunicación, la religión, la publicidad… Todo ello conduce a que la población, en su gran mayoría, acabe reconociendo el actual orden social como el único posible. Un orden que, consagrado en su desigualdad, aspira a mantenerse de modo indefinido. Y lo logra. No es algo sorprendente, pues cuenta con todo a su favor: dinero, poder, medios.

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